Por Alejandra Robayo y Laura Yáñez
Participar en este proyecto a nivel universitario fue una experiencia enriquecedora y reveladora. Mi compañera y yo nos enfocamos en un problema crítico que a menudo pasa desapercibido en nuestra región: la falta de acceso al agua potable en muchas zonas de Barranquilla y el Atlántico.
Exploramos la idea de que el agua no es un favor, sino un derecho humano fundamental, tal como lo reconoció la ONU desde el año 2010. Analizamos cómo este derecho se vulnera a diario en asentamientos informales, donde las familias viven cerca del río magdalena, pero aún así no cuentan con agua limpia para beber, cocinar o bañarse.
Nuestra presentación se estructuró en cuatro partes principales: la situación en las comunidades vulnerables, la desigualdad de género en el acceso al agua, el impacto de la infraestructura deficiente y el cambio climático, y por último, nuestras propuestas para un cambio real. Estas incluyeron: legalizar los asentamientos informales para permitir la instalación adecuada de servicios, crear tarifas de agua más justas y promover la participación comunitaria en la toma de decisiones sobre el recurso hídrico.
Apoyamos nuestros argumentos con datos de instituciones nacionales, informes de universidades y testimonios reales de comunidades afectadas.
Este proyecto nos enseñó mucho más que cifras: nos recordó que el verdadero desarrollo comienza con la dignidad básica. Nos dio una voz para hablar por quienes muchas veces no son escuchados, y nos ayudó a crecer como estudiantes y como ciudadanos.
Estamos orgullosos de nuestro trabajo y agradecidos por la oportunidad de visibilizar un problema tan vital. Como estudiantes, quizás aún no tengamos el poder para cambiar el sistema, pero definitivamente tenemos el poder de iniciar el debate.
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